jueves, 18 de octubre de 2012

¡VAYA, VAYA CON EL PP!

Decía el Prof. de Harvard Loveloy que “la estupidez humana siempre tiene algunas figuras destacadas”. Lo ocurrido en España semanas atrás, como las manifestaciones “rodea el Congreso”, las reacciones hipócritas de los políticos contra la sentencia del juez Pedraz, las reacciones del ministro del Interior ante los evidentes desmanes de la policía, los deseos de la “Gobernadora Civil” de Madrid, las voces de miembros del PP, con olor a Tejero, pidiendo la suelta del glorioso ejército español en Cataluña, la indecente frase sobre la mujer del más indecente Presidente de la Asociación de Ciudadanos Españoles (de cuya existencia el pueblo español acaba de enterarse), el juego tramposo y vergonzoso del Presidente del Gobierno sobre rescate sí, rescate no y su torpe tozudez al seguir intentando convencer a los españoles que las reformas y recortes, ordenados por la banca y por Alemania, son las medidas adecuadas para salir de esta crisis, las soeces palabras de la Secretaria del PP comparando la manifestación “rodea el Congreso” con el intento de golpe de Estado del 23 F, o las asombrosas palabras del Presidente Rajoy felicitando a los españoles que no se manifiestan en la calle contra su modo de gobernar y se quedan en casa etc. Lo peor de ser figura destacada en la estupidez humana, no es tanto el hecho en sí de ser estúpido; sino no ser consciente de serlo, lo cual trae consigo una peligrosa cronicidad en la estupidez. La estupidez crónica es un cuadro muy abundante entre los políticos. Por cierto, se me olvidaba la destacada estupidez del ministro de Industria, Turismo y Energía cuando le dice al Presidente canario Paulino Rivero que debería dar las gracias al Presidente Rajoy. Me sale del alma infantil aquella expresión que seguramente también el ministro canario usó de niño: “¡De qué, nenel”!


¡Vaya, vaya con las destacadas figuras del PP! Difícil es conseguir una concentración tan espesa de figuras destacadas en la estupidez humana.

Quiero pensar en voz alta en la que considero máxima estupidez de este Gobierno. Me refiero a la cansina cantinela e insoportable guineo “la culpa la tiene Zapatero”. Es un estribillo que el padre de la horda ha incrustado en el cerebro de todos sus secuaces: “A ver, repitan conmigo: la culpa esh de Zapatero, la culpa esh de Zapatero; que cada uno lo eshcriba quinientash vecesh en su libreta de apuntesh”. Y efectivamente, el ex Presidente Rodríguez Zapatero tuvo una gran culpa, que muchos denunciamos a través de los medios: tenía que haber sido coherente, honrado con su conciencia ética y fiel a sus principios socialistas; pero fue incoherente, inmoral consigo mismo y con los españoles, cobarde a la hora de defender sus principios socialistas. Cuando los perversos mercados financieros y la Unión Europea, jaleada por Frau Merkel, le obligó a la injusta y antisocial reforma de 2010, el entonces Presidente tenía dos salidas nobles y éticas: negarse a esa presión o dimitir adelantando elecciones y una tercera, la más fácil, la traición a su conciencia y a los españoles. La dimisión, que era la salida más posible, hubiera sido una poderosa lección al resto de la clase política mundial. Rodríguez Zapatero optó por la sumisión a las presiones malsanas y cayó en el repudio nacional. No me extraña que el déficit oculto que dejó como inesperada herencia fuera fruto de esa misma sumisión a esas presiones foráneas, él, que es tan europeísta, vendió su alma y la de los españoles a la diosa Europa, que fue llevada a lomos de Zeus, convertido en toro ( ¿no les parece asombroso el símbolo y la coincidencia? ).

El actual Presidente Rajoy que, como opositor parlamentario, fue nefasto, antipatriota y causa de vergüenza para propios y extraños, se pasó dos legislaturas tildando de mentiroso al entonces Presidente, le echó en cara en infinidad de ocasiones su ineficaz política económica que le obligaba a inhumanos y antisociales recortes que afectaban gravemente a los más desprotegidos. El entonces jefe de la Oposición prometió el oro y el moro, extremo éste con el que engañó a los millones de españoles, ya desesperados, que lo auparon a la mayoría absoluta nunca alcanzada por ningún partido. El PP que tanto pidió la dimisión de Rodríguez Zapatero, incluso en la calle, ahora se niega a atender, ni siquiera a entender, las razones de un pueblo, no sólo desesperado, sino, cada vez más indignado con la forma servil, injusta, antisocial e ineficaz de gobernar de Rajoy y sus ministros. El pueblo le pide, lo que él pedía a Rodríguez Zapatero, su dimisión por incompetente, por no ser capaz de defender a España de la voracidad de los mercados financieros, por hacer que los parados crezcan, que la pobreza en España asfixie a millones de personas y de familias, por desmantelar la sociedad del bienestar recortando donde más daño se hace a un pueblo, en la sanidad pública y en la educación pública. Y toda esta tragedia por seguir la política explotadora y antisocial del sistema neoliberal impuesta por los mercados financieros. Los diez meses del Gobierno Rajoy han hecho más daño a los españoles, que las dos legislaturas del Gobierno Zapatero. El Sr. Rajoy y sus ministros son figuras destacadas de la estupidez humana, por creer servilmente que de una crisis se sale sólo a base de recortes sin piedad sobre los más débiles. No ven o no quieren ver la otra vía: estimular el crecimiento económico, el mesurado consumo, la calidad de los servicios sociales y domar la salvaje ambición de los bancos. Esto, aunque los mercados y Frau Merkel digan que no (¿cómo van a decir que sí?) es posible y viable, así lo confirman economistas y expertos no dependientes de los mercados. Y si nuestro Presidente no sabe, no puede o no quiere salir de la crisis por ese camino, que dimita por honradez básica.





CINCUENTA AÑOS SIN CONCILIO


El 18 de mayo de 1974 estaba yo realizando, en la Universidad Gregoriana de Roma, la defensa pública de mi tesis doctoral en Teología Moral. El tema de mi tesis, a caballo entre la Teología y la Psicología, fue sobre el concepto de vocación y de dignidad de la persona humana en el Concilio Vaticano II. Fue una sugerencia que me dieron los profesores teólogos Edouard Hamel, Y.M.-J.Congar, Joseph Fuchs, Juan Mateos y el teólogo y sociólogo Profesor José Mª Díez-Alegría. A todos ellos pareció un tema apasionante. Y así lo fue a lo largo de tres años de investigación. También el tribunal expresó su valoración con la calificación de summa cum laude. De los 16 documentos conciliares elegí la “Constitución Pastoral sobre la iglesia en el mundo de hoy” ( la Gaudium et Spes ), porque era el único tema por el que Juan XXIII convocó inesperadamente el Concilio. Lo único que realmente interesaba a Angelo Roncalli era acabar con la zanja que separaba a la iglesia del mundo moderno. El Concilio tendría que ser, ante todo y sobre todo, un foro en el que se pensase, se dialogase, se discutiese y se planteasen soluciones eficaces al gravísimo problema que la propia iglesia había generado: su conflictiva separación del progreso del mundo actual. Pocos días antes de la terminación del Concilio, Mons. Gabriel Garrone había dicho en rueda de prensa en Roma, que “la Gaudium et Spes era el único documento querido formalmente por el Papa”. Juan XXIII, sabía perfectamente que si hubiera consultado su idea con algún miembro de su curia, se la habrían boicoteado. Por eso, cogió de sorpresa al colegio cardenalicio reunido en la basílica de San Pablo extra muros, el 25 de enero de 1959. Una vez anunciado el Concilio por el Papa, ya no había vuelta atrás. Esto, según mis investigaciones colaterales, sentó muy mal al ala extrema derecha de la curia vaticana, se llenaron de pánico, el mismo pánico que tenían y siguen teniendo a todo cambio, a toda transformación. También el Opus (no pronuncio el Dei para no blasfemar) expresó elegantemente su disgusto por boca del marqués Escrivá :”Hijitos míos, qué cuidado hemos de tener, porque el diablo es tan astuto que, a veces, se disfraza de Papa”.

Juan XXIII observó que la iglesia, que en aquel momento él dirigía, llevaba siglos sin escrutar “los signos de los tiempos”, que no miraba fuera de sí misma; sino que estaba involucionada sobre sí misma, alejándose cada vez más de la voluntad de Dios, que se manifiesta precisamente a través de esos “signos”, como afirma la Teología. Con esta idea y con estas directrices del Papa Roncalli, se inaugura el Concilio el 11 de octubre de1962.Pero ya en su discurso inaugural en la Basílica de San Pedro, curiosamente el Papa Juan insistió menos en la idea de una iglesia necesitada de profunda revisión y más, bastante más, en la necesidad de conservar el patrimonio doctrinal y dogmático que la iglesia había acumulado a través de su infalible magisterio. En este discurso se pudo entrever la intervención del ala de extrema derecha y ultraconservadora de la Curia, que desde el anuncio del Concilio no paró de intentar enmendar lo que ellos consideraron un grave error de Juan XXIII: convocar un Concilio Ecuménico. En el Concilio se dio una batalla, a veces feroz y a veces muy sutil, entre los que se sentían pastores y los que se sentían guardianes de la doctrina inamovible de la iglesia. Al frente de este grupo estaba el cardenal Alfredo Ottaviani, un romano hasta los huesos, cancerbero de la doctrina de la Fe, Secretario del Santo Oficio (antigua Inquisición). Famoso fue el duro conflicto que mantuvo con el cardenal jesuita Agustín Bea; este último quería que, fieles al principio de la libertad religiosa, la religión católica fuera presentada en pie de igualdad con las otras religiones; y el primero seguía fiel a su dogma de que la única religión verdadera era la religión católica, apostólica y romana y que el ateísmo era una opción a condenar por perniciosa. El conflicto fue de tal calibre que tuvieron que intervenir el cardenal Ernesto Ruffini y el cardenal Franz König, preceptor de Joseph Ratzinger. Ambos cardenales pertenecían al ala progresista del Concilio. Pero Ottaviani desempeñó durante todo el Concilio la función de máximo líder opositor a todo posible cambio de la tradición teológico-dogmática. Tenía los apoyos de casi todo el episcopado español, del arzobispo ultraconservador Marcel Lefebvre, y de la inmensa mayoría de los miembros conciliares de la Curia. Es bueno recordar o saber que algunos de los 69 obispos españoles, entre ellos Casimiro Morcillo y José Guerra Campos, acudieron a la reunión que convocó el golpista Francisco Franco en el Palacio del Pardo, para instruir a sus obispos sobre cómo tenían que actuar en el Concilio y que quedara claro en Roma que él no pensaba renunciar a su privilegio de elegir a los obispos de entre las ternas presentadas por el Papa. También la CIA norteamericana intervino en el Vaticano II, a través del cardenal Francis Spellman, arzobispo de New York, filonazi, razista que se negó a condenar el asesinato de Martin Luther King y que desobedeció al Papa bendiciendo la dictadura del nicaragüense Anastasio Zomoza y de otros dictadores. Lógicamente formó una piña con el cardenal Ottaviani y su grupo.

Ya en vida de Juan XXIII, el Concilio se fue desviando de la idea original del Papa. El propio Roncalli tuvo que tragar muchos sapos para calmar la ira del ala ultraconservadora. Cuando, por fin, el Papa muere (para alegría de muchos curiales y otros) y eligen, en 1963, como nuevo Papa al cardenal Giovanni Montini con el nombre de Pablo VI, la deriva cuesta abajo del Concilio era ya evidente. El nuevo Papa, hombre atormentado que somatizaba su angustia en el ceño siempre fruncido y permanentemente asediado por sentimientos de culpa, se dejó poseer por el pánico de ser él el causante de la ruina de la iglesia, si profundizaba a fondo en la transformación eclesiástica que él mismo había escuchado directamente de su predecesor, su tortura interna aumentó mucho más cuando supo que Juan XXIII pensó en él como buen sucesor suyo en el Concilio. La semilla auténticamente transformadora y revolucionaria del Concilio la hicieron marchitar. El diálogo con el mundo moderno y la atención a “los signos de los tiempos”, se superficializaron unas veces y empeoraron muchas veces más. Hoy, al cabo de cincuenta años, todavía dicen que quedan muchos temas conciliares por desarrollar. Los otros dos Papas (omito a Juan Pablo I), Juan Pablo II y Benedicto XVI desempeñan el papel de corta fuegos contra toda transformación posible. Cambios superficiales, propios de un espectáculo distractivo, sí. Pero, tanto uno como otro, han conseguido poner el acento en el carácter doctrinal dogmático de la iglesia, antes que en su original y cristiano carácter socioespiritual y pastoral.

Podemos medir ese pánico a la reconversión profunda de la iglesia católica, si medimos el tiempo que pasa entre Concilio y Concilio: el de Trento en 1563, el Vaticano I en 1870 y el Vaticano II en 1962. Un Concilio Ecuménico es para la jerarquía católica un gravísimo peligro a evitar a toda costa. Imagínense una sociedad, una nación que sólo cada cincuenta años haga autoevaluación de cara al necesario “aggiornamento”. Esto sólo es posible en una sociedad antidemocrática, gobernada por un monarca absoluto, teócrata y maestro infalible, dueño y señor de la verdad. Esa es la iglesia católica, la gran desertora del verdadero camino de Jesús de Nazareth. ¿Cuándo llegará un Papa que no tenga miedo a la reconversión, a la autocrítica, a la libre expresión de sus feligreses y convoque con valentía un auténtico Concilio Ecuménico